jueves, 18 de octubre de 2007

Violencia en el almuerzo

Una de nuestras vecinas (de Br1 y mía) es una maltratadora.

El precario equilibrio de las relaciones intervecinales de nuestro bloque tiene un enemigo atroz, el patio, a la vez fuente de luz y de oscuridad. El patio de nuestra vivienda es uno de eso patios antiguos de bloques construidos por RENFE cuando los trenes funcionaban a vapor.

A lo largo del cilíndrico patio de paredes cetrinas todos los griegos del planeta entran por su particular caballo de Troya por las ventanas de las casas para destruir la paciencia de sus habitantes.

El muchacho que duerme en la habitación colindante a la mía y yo hemos hablado largo y “tendidos” de los múltiples males que entran a través de las puertas de pared. Estos males aumentan considerablemente porque además coincide que vivimos en el cuarto, y todo el mundo sabe que es más fácil la subida que la bajada.

Para empezar vivimos en lo que conocemos como El Bloque Frito. A todas horas del día, y aseguro que sin exageraciones, puedes escuchar el ruido burbujeante del aceite hirviendo en las sartenes en los pisos de abajo. Te despiertas por la mañana, alguien está friendo. Mediodía y cena, friendo por supuesto. Coincides alguna vez en el piso por la tarde, friturita de las cinco. Llegas de ir a la hora golfa al cine, croquetitas del vecino de abajo. Cuanta magia no habrá en las sartenes de nuestros “Neiborjud”.

Con las frituritas llega el hedor. Pescaitos, gambitas, carnesitas, etc… Toda una variedad de varillas zen de inciensos alimenticios que dejan las paredes impregnadas de las comidas de los demás.

Luego están las eternas obras tempraneras. Evidentemente una persona no va a colgar poner un espiche y colgar un cuadro a las 9.00 cuando puede hacerlo a las 7.00 y le da tiempo de tomarse luego el cafelito (por lo menos el olor a café se soporta).

Otro de los graves atentados contra la dignidad es el ruido. Ahí es donde entra el personaje del que hablé al principio del relato, pues si no puedo evitar mencionar levemente que las canciones y cantos primaverales con los que se puede encontrar uno un sábado por la mañana son más útiles para eliminar la resaca que meterse los dedos directamente en traquea.

Bueno, me centro, el personaje. Matemáticamente ese monstruo de la sociedad actual, adivino de unos 30 años, grita a sus dos hijas pequeñas (2 y 4 años)…(((hago este inciso porque ahora mismo estoy escuchando un anuncio de la Junta donde dos madrileños de perfecta entonación castellana intentan imitar un exagerado acento andaluz…en fin))).
Esas dos pequeñas no tienen problemas por si prefieren fruta o yogur porque el postre que se comen todos los días es una vida de amargura e impotencia aderezada con gritos de arpía. Si a una niña de 2 años se le cae un vaso al suelo como buena madre le dice con un tono de madre--- “Hijaaaaaaaaaa de puuuuuuuuuuuutaaaaaaaaaa me tienes hasta el cono yaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, que me estaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaás amargando la vida”--- (lloro de niña de dice “mamá, mamá”), que duro tiene que ser que una niña tan pequeña busque precisamente en la persona que más le tiene que defender ayuda cuando es esa persona la que te ataca.

Esa niña pequeña también se pone a llamar a una viejecita del piso de arriba y la llama “nani”. Algo que ciertamente hace muchas veces porque la vieja le responde y porque es un juego entre ambas. La madre, que debe de tener un equilibrio mental precario le aconseja “Teeeeee quieres callar yaaaaaaaaaaa, que me estás volviendo looooooooooooooooooooooooooooooca” (las oes de más es para intentar interpretar un tono de voz descendente como de expulsar veneno a la vez al irse quedando sin aire).

La otra pequeña tampoco se libra de esta loca del siglo XXI. El otro día debió de pensar que podía ayudar a su madre a cocinar porque durante mucho tiempo escuche la voz de la madre dándole indicaciones para cocinar. Algunos pensaréis, que cotilla eres escuchando a los vecinos. Pues bien, esta mujer vive en el primero y desde el cuarto me entero de su voz como si tuviera puesto un mp3 con cascos brutales con toda la discografía de sus frustraciones como: Mi marido no viene nunca a casa, Tengo ganas de gritarle a alguien más pequeño que yo, o Me hago los bucles del pelo para ir a comprar leche con mi niña.

Pronto, en unas decenas de años, dos pequeñas niñas serán dos futuras locas por culpa de una falta de padres.

1 comentario:

clorophormo dijo...

la cosa es que estamos más que acostumbrados a convivir con ese tipo de situaciones. en realidad me he dado cuenta al leer el texto (prosa de sublime y certera sencillez, por cierto)que yo he vivido cientos de veces situaciones como esas sin que apenas se me conmoviera el alma más que un par de segundos y, si acaso, dejando caer una frase despectiva y otra cargada de amargura acerca de la condición humana. La cosa es que uno se da cuenta hasta que punto son normales ese tipo de situaciones y cómo uno las asume como parte de la cotidianidad cuando en realidad son dramas brutales, de esos que podrían caber en los voluminosos tomos de las novelas decimonónicas, tan llenas de mujeres frustradas y retorcimientos humanoides. Pero el panorama es así de crudo (si, la discoteca también, paco), sobre todo si tenemos en cuenta que los canis ya han comenzado a engendrar y que el problema se agrava y que al final Ortega y Gasset iba a tener razón.

 
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