viernes, 7 de septiembre de 2007

Comenatarios bizantinos

La vida ciclotímica

Un mañana cualquiera, todas las mañanas son cualquier mañana y se suceden unas a otras con una coherencia imposible de entender, entras en la Cafetería Spala 2, en la plaza de la Encarnación, y pides un café y media tostada. Es, por supuesto, un momento indiscutiblemente sevilla: el camarero con silueta de torero magro de los años del hambre, pelo brillante y artificiosamente terso, ojos hundidos, muy oscuros, agujeros extraños en un rostro que siempre es más rotundo que el tuyo; el cani que trata de vivir una vida con ciertas responsabilidades y moderaciones y sirve desayunos con la camisa manchada de aceite barato arremangada, brazos duros, nostalgia, o no, de días más desagradables y más entretenidos, notables dificultades para tratar de usted a los clientes; la prensa deportiva; repugnante olor a tabaco seco, media bandeja de churros congelados; varias cervezas consumidas ya en la barra, son las diez y media más o menos (no aplaces hasta esta noche la fatiga que puedes sentir ya, posiblemente).

Cerca de ti hay un hombre con pinta de estar durmiendo en la calle desde hace algunas décadas: pelo blanco, enmarañado, asqueroso, brazos delgados y heridos, ropa sucia de otros tiempos, zapatillas Nike, uñas negras como el ébano sin poesía. El hombre, que no levanta la cabeza una sola vez, ha pasado al menos los últimos quince minutos mirando un vaso con una bebida que no aciertas a identificar (vino peleón, cerveza caliente y sin espuma, algo con alcohol es). De repente, pero muy lentamente, empieza a rebuscar algo en un bolsillo del pantalón de chándal; como has encendido un cigarrillo crees que va a pedirte fuego, pero saca unas monedas y las cuenta. Se levanta, por fin, y se queda de pie, señalando como una estatua el dinero en la barra con trazos de tiza y mirando a los dos camareros, que pasan delante de él como si vieran a un espectro sin carisma. Esto sucede durante un minuto que parece más largo de lo que es: un dedo señalando, dos personas orgullosas y atroces, un hombre invisible que no puede o no quiere o no sabe ya hablar. Al final, pero ha pasado demasiado tiempo y el brazo no se ha encogido y el hombre no se ha movido, recogen las monedas, con grima. Te vas sin decir adiós, pensando que esto ocurre muchas veces, con o sin dinero, en un bar o no; en general. Si pagas, malo; si no pagas, malo también. Hagas lo que hagas, posiblemente.
Kamerovski

2 comentarios:

clorophormo dijo...

porque él nos dejó su tristeza
sentada al borde del cielo
como un ángel obeso

(dijo el poeta)

Anónimo dijo...

ufff !!!! no habia un comentario mas malo. Quien deja que se publiquen. Desde luego este blog no se merece esta verborrea facil y absurda. Es facil hablar y reirse de los demas cuando no estan delante.

 
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