Neurotoxinas de azucar

Claroscuros junto a la chimenea

El crepitar de las llamas y el golpeteo de los cubitos de hielo hacía que el ambiente se cargara de tensión. Seis auténticos depravados. Dipsómanos, descuideros, criminales viles respirando el mismo aire viciado. Una lúgubre estancia fue testigo de la mayor bacanal de pinchitos de la Santa madre de Alfonso (manjar perfectamente aliñado por los dioses) y de refrescos para el alma.

Irene de Gévaudan y Bruno Chikatilo
Atentos a sus miradas. Dos medias sonrisas con un mismo transfondo, el alco...el alcotán. Ambos tienen la mismas garras que el alcotán a la hora de cazar a sus víctimas. La una oculta con miradas de peluche un instinto sanguinario e inestable, nunca sabrás qué fue lo que te atacó. El otro podría estar fagocitando carne sanguinolenta como el niño del anuncio de gelatina royal. Un depredador de La Nueva Carne.



Charo Geertruida y Borja Lionel Dahmer
De primeras muy simpaticos pero de segundas...Dejaros embriagar por la risita juguetona de la fémina y habréis perdido la capacidad de escaparos, una auténtica diablesa o femita fatale. El querubín de ensortijada melena no se queda atrás. Grandes ingestas de sustancias legales le convierten en un ser peligroso y uraño, el psicoquiler perfecto (-nadie lo diría-, -parecía un chico normal, salvo por su cara claro-).





Alfonso Romasanta y Fernando Tepes
Uno es tranquilo como un mastín, el otro se mueve más que un mono araña (Amedio le llaman), pero ambos tienen algo en común, su mente corrupta y enajedada. Un asesino rural y otro urbanita. Las dos caras de una misma moneda, una moneda de muerte. Sus pasos sobre los tablones de madera auguran un futuro cercenado, un pasillo sin escapatoria donde el que corre eres tú. En la imagen uno mira como el otro se come unas pipitas peladas.

Edgar Allan Borch