Pepe, vente pa Alemania (y hacemos lo que sea)
1.- Compañeros (de fatigas)
¡Españoles!: Dada mi falta de rigor con la periodicidad semanal de esta sección he decidido desglosar las brumas y bromas de esta semana en dos grandes bloques para recuperar los atrasos. Los amigos pueden llegar a ser peores que la mafia así que conviene estar siempre al tanto de las deudas.
Lo que tiene el ridículo de bueno es que suele diluirse ante la posibilidad de ser compartido por más individuos. En ciertos contextos a eso le llamamos humor, en otros, consuelo. Mi experiencia en la escuela de idiomas es una mezcla de ambas acepciones.
Siguiendo el consejo de mi amigo Alejandro (sí, el que lee biografías de gente como Churchill) me he apuntado a una academia de idiomas céntrica (en la plaza más gay de todo Berlín, por cierto) y de precio razonable de cuyo nombre no quiero -ni puedo- acordarme.
El primer día fui, pero no conseguí llegar a la clase. No sé si fue el calor de la oficina, la ausencia total de instrucciones en otro idioma q
ue no fuera el propio de la Gran Nación Alemana o las monjas sudamericanas operando en grupos de tres lo que me hizo desistir de reclamar mi matrícula previa vía Internet. El caso es que bajé al bar de abajo y el camarero, que resultó ser un marroquí muy simpático –hacia el que sentí esa difusa afinidad que tenemos los granadinos por los moros-, acabó enseñándome vídeos sobre tráfico de estupefacientes en el Estrecho de Gibraltar y preguntándome si yo había estado en la cárcel alguna vez. Por resumir lo dejo aquí pero hay una gran historia de bares sombríos detrás.

Estábamos en lo del ridículo. Nada más consolador que encontrarte con un grupo de gente en la misma situación que tú, al menos en cuanto a la lengua se refiere. Once parias del idioma que sólo alcanzan a esbozar una sonrisa cada vez que alguien se dirige a ellos. Digan lo que digan aquí también hacen eso de hablarte más alto y lento, como si ese método fuera una suerte de esperanto intergaláctico.
Es muy extraño sentirse reconfortado en una habitación de apenas quince metros cuadrados llena de asiáticos. A no ser que uno también sea asiático, esos contextos suelen implicar la posibilidad de la muerte o, al menos, de salir con algún órgano vital menos de los que llevabas al principio. También suele ser un signo de que hay putas de por medio, no me preguntéis por qué. Por si acaso me senté en la última fila. La primera persona que me dirigió la palabra fue un indonesio que al parecer se llama I, así sin punto, como en las novelas raras.
Los indonesios se distinguen por ser negros como los negros pero con a
specto de chinos, como los chinos. I tiene unos dientes asquerosos y, para mi desgracia, sonríe todo el tiempo. A su lado se sienta una mexicana que ha venido tras las huellas de su marido. Es la única persona que habla español así que, en teoría, el mayor consuelo potencial. Hemos hablado escuetamente sobre lo difícil que es el alemán y el tiempo tan bueno que hace en Berlín, que hay que ver que parecía otra cosa, pero que ya veras tú cuando llegue el invierno. La chica es aficionada a la ropa y el calzado con estampación de animales salvajes. Especial predilección por los leopardos.

En la primera fila, justo en la esquina contraria a la mía hay un judío que me mira todo el tiempo. El tipo tiene ínfulas de modernete y, si
n duda, es uno de los machos alpha de la clase. Sin embargo, hay un obstáculo insalvable que se interpone a sus aspiraciones carismáticas: el pelo rizado. No hay líderes de pelo rizado, ese es un campo que les está vetado. El pelo rizado es para los segundones, igual que la vicepresidencia de los EEUU es para los negros. Recordad siempre esta enseñanza.

El caso es que el judío de pelo rizado con ademanes frustrados de macho dominante me mira todo el tiempo. Yo creo que me ha confundido con otro judío por lo de mi nariz y que soy una especie de sefardita que, con dos cojones, ha vuelto a España para reclamar su parte del pastel. Lo que no le cuadra es que ahora esté en la Gran Nación Alemana. Su idea del éxodo a la inversa me anima habitualmente, a pesar de que yo también tengo el pelo rizado. Al parecer el tipo es de Tel Aviv. Ignoro si allí tienen la costumbre de mirar todo el tiempo pero a mí me gusta mantener la farsa para que siga pensando que soy sefardita.
El otro día entré en clase silbando el tema central del Violinista sobre el Tejado sólo para desestabilizarle. El caso es que me mira con cara de judio y yo trato de devolverle una mirada semejante para mantener la idea de hermandad torá(cica). Después suele mirar a una chica, en este caso de pelo alisado por la grasa. Yo sé que él me hace preguntas con los ojos, de judio de Tel Aviv a judio Sefardita, porque la chica es, tatachán, palestina. Me mira y luego la mira a ella. Ella, por su parte, no mira a nadie.
Además del israelí y la palestina hay otra pareja estrella formada por dos tipos de Chipre, evidentemente uno turco y otro griego. Este último se llama Nicos, claro. Al principio me pareció una especie de ruso blanco traficante de alcohol aunque él dice que es compositor de música contemporánea. Tiene el pelo completamente afeitado al cero y fundas en los diente
s. Una prenda. El turcochipriota no tiene el aspecto que suelen tener sus compatriotas cuando cantan en Eurovisión. Lo puedo imaginar cortando la carne (?) indefinible de los kebabs con uno de esos cuchillos-pala de más de medio metro. Ojalá lo pudiera imaginar con esa maquinilla eléctrica que también usan, un instrumento a todas luces menos amenazador. Me ha pedido los ejercicios explicando que ayer fue a un concierto de Pet Shop Boys. ¿Se llevaría el enorme cuchillo escondido en el pantalón? El tío mola. (Aquí es donde pegamos el primer corte hasta que lo decida el editor).

Clorophormo
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