lunes, 30 de abril de 2007

Comentarios Bizantinos

Fogonazos del Real

A las tres de la tarde del viernes con dos compañeros de trabajo: “Paso de las sobras de los señoritos del medievo”, o “Es que, a ver si me entendéis, este tipo de celebraciones colectivas y obligatoriamente eufóricas a mí me producen vértigo y tristeza”, o “Yo me emborracho con sumo placer, cada vez con más placer, lo cual es preocupante y reconfortante en iguales proporciones; pero no me emborracho con cobertura presupuestaria municipal”. Ese tipo de cosas.

A las cinco de la mañana del viernes (o del sábado, como ustedes gusten), frente a la portada de la Feria, apagada ya, con la gente de recogida, regado hasta el alma de ron, acompañado por Edgar Allan Borch, Br1 y mi amiga Rocío : “¡¡¡¡¡De looooooocoooooooooo!!!!!!!!”

Aquí, en fin, mi crónica de zapatos manchados de albero; o bien: fogonazos del Real (fascinante nombre el que le buscaron al recinto, teniendo en cuenta que aquello es un Trasmundo Alucinado).

La cortina sube. Aplausos de mano muerta de borracho. Swing de trompeta asmática: “Bienvenidos a la Feria”.

Primer asalto:

- Edgar Allan Borch, con más sed de rebujito y caseta de suelo inestable que Bertín Osborne, vocifera: “Venga, venga, decidme lo que sea. ¡Lo que sea!, que yo se lo digo a una mujer”. Pienso: “Tanto esfuerzo para que me mires, ¿para qué?”. Me parece disparatado, pero en cierto modo ajustado como un traje de lunares al hambre masculina de madrugada. Se lo soplo: di esto. Edgar Allan Borch se abre de piernas y brazos, sacando un poco la pelvis a lo Dave Gahan, alza la cabeza hacia el manto de estrellas, y lo grita como un condenado a muerte. Y el grito lo recoge una moza vestida de fantasía gitana de Bollywood. Y la moza vestida de fantasía gitana de Bollywood se acerca con ojos de mucho brillo. Y habla con Edgar Allan Borch, que le miente como un príncipe de la noche: “Es que llevo ya mirándote un rato, mujer”. Y ella se va alegando que tiene la voz rota. Buenas vibraciones, pero a Edgar Allan Borch se le olvida pedirle el número de teléfono. El romance se esfuma: flop.


- Nos acercamos a una caseta en la que es posible que nos dejen entrar porque Rocío es una mujer que maneja contactos, y yo me veo blandiendo una amenaza de pirata prejubilado: “Como nos dejen entrar, me como un montaíto de lomo”.

- Dentro de la caseta. La caseta se llama “El Cuajarón”. En la entrada, una señora albina con gafas de pega me sonríe con complicidad y a mí me parece entender que me quiere decir: “Cuánta gente, ¿no, joven?”. Seguimos avanzando, miro atrás y la señora albina sigue riéndose. Llegamos a la barra. Pido un montadito de lomo. Todo nos hace gracia, qué bien. La hermana de nuestra amiga lleva las tetas pintarrajeadas con boli bic. Lo comentamos con indiscreción. Rocío me dice: “Tienes poca barba”. Su hermana me dice: “La carita pelada”. Yo le digo: “Y tú te haces las ingles brasileñas”.

- Fuera, en las calles con nombres de toreros (o sea de tipos con cara de duelo vestidos de delirio gay o de Papa con ropa de sport), pasa una caravana de camiones del servicio de limpieza. Los camiones tienen unas luces cegadoras y apocalípticas y sus motores arman un estruendo de persecución de película de futuro distópico y totalitario. Simulan barrer, pero no: en realidad, patrullan (y nosotros, esperando el toque de queda borrachos).

- Br1 está al borde del coma etílico. Proponemos regresar a casa. Edgar Allan Borch está de acuerdo y le rellena a Br1 un vasito con el rebujito que nos queda en la jarra de plástico. Le decimos a Edgar Allan Borch que el rebujito puede sentarle fatal, pero a él le parece una posibilidad descabellada.

Segundo asalto:

- Edgar Allan Borch dice: “Mira qué bonita está la luna”. Yo, ciego como una culebra y mirando a la dirección contraria que el dedo del Príncipe de la Noche y el Albero, confundo la luna con un farolillo que también me parece bonito.


- Pasan innumerables chinos y chinas con objetivos inservibles y flores de plástico. En un determinado momento, le pregunto a una de ellas, que se acerca como un árbol de navidad ambulante: “¿Tienes algo con luces?” Me mira con desprecio asiático (un desprecio muy prudente). Le compro por dos euros un pez que emite un brillito intermitente y me lo cuelgo del cuello (y yo: Borja, otro rebujito) (Jajá, jejé).

- Vamos como depredadores con boca pastosa en busca de la Chorrada Oficiosa de la Feria: un megáfono pequeño. Está en todas las tómbolas y casetillas de dardos y escopetas de corchos. Todos los canis lo llevan, con sus sombreritos-con-lazo-Chicago-años-40 (otro de los hitazos del año, ya veis). Pruebo con los dardos: sólo exploto uno de los tres globos. Al volver de un paseo fin-de-milenio por la Calle del Infierno, un yonqui al servicio de la Tómbola Chari González regala boletos. Miles de ellos están en el suelo. Pasamos de largo, pisoteando la suerte trucada de miles de padres de familia. Nos vamos de la Feria sin megáfono.

- En la cola para comprar un gofre de chocolate, una mujer tres veces más grande que su marido le comenta: “A ver si viene el Hombre del Ocaso a mirarnos los muebles”. Reparo en que hablan de un asunto de seguros de hogar y mi terror metafísico se disipa lentamente.
- Estamos en el autobús. Adiós, Feria, adiós. Quién me lo iba a decir: eres fantástica, única y despreciable; post-todo.

PD: No me resisto a recomendar lo que he estado escuchando mientras escribía estos retales de crónica arbitraria: “Post-War”, de M. Ward, una joya deslumbrante de folk-rock sibarita con estribillos de pop cristalino a veces, y otras, con rollito “canción de fin de fiesta con tres parejitas bailando apretadas con globitos desinflados rozando sus piernas” (ahí está el cuarto tema). Y esa garganta trémula, esa voz hermosísima y versátil. Y además entra bien, como el jarabe para la tos. Conjuntos mejores de canciones re-don-das se escucharon pocos el año pasado. Te lo digo tó y no te digo ná.

Kamerovski

6 comentarios:

Alfonso Alba dijo...

¡¡¡Plas, plas, plas, plas!!!
Camarada Kamerovski, hoy, más que nunca, me he sentido identificado con ese relato.
Nosotros, y particularmente yo, que tanto hemos despreciado a ese inframundo del albero, a esos farolillos que siempre quisimos quemar para provocar un incendio neroniano, que siempre quisimos llevar a la práctica el juego del Genocidio en el Real (que no Madrid). Ah!!
Qué tendrá el rebujito, el ron cola, las gitanas con el traje tan apretado que se le notan los poros de la piel del culete y sobre todo al eje del mal, llamado Borja y pseudollamado Edgar Allan Borch, el Príncipe del Albero.
¡¡Viva Sevilla!! (Esto lo digo con la boca chica y hasta tragándome mis agropensamientos y comentarios del pasado)

P.D.: Estoy preparando un post sobre el mayo cordobés, lo único que merece la pena en esta ciudad salvo la Mezquita, Medina Azahara y la carne de venao de Hornachuelos.

Anónimo dijo...

Kamerovski lo borda otra vez, swing de trompeta asmática incluido. Con esa guasa fatalista con que algún Ropero de la Muebla probo la cocaína la Nochevieja de 1978; con ese arte con que las niñas guapas se sacuden el albero de los volantes.

Julia Delgado dijo...

Para Paco el desagradecido:

Ya te he doblado las letritas que querías. Y las del post de la Hope también. Como comprenderás, neófito del rebujito, no me voy a ir dedicando a quitar tus cursivas para perder mi preciado tiempo...ja.
La próxima vez ya prestaré más atención en tus entrecomillados en cursiva para títulos de canciones saturador de la palabra.

Home...i have no home...

Capitán Cook(ing) dijo...

Hilarante.

Iñaki dijo...

Quosque tandem Kamerovsky, abutere patentia nostra!!! Primero fue Manolo García, ahora la Feria... qué será lo siguiente. ¿El niño de la Bola del Corpus Christi, Fernando Sales o el último papel de Steve Martin o Sandra Bullock? Amigo mio, no arderás en los infiernos porque tememos el olor de tu carne quemada. Después de este arrebato de locura, te felicito por tu descripción feriante...para lo bueno y para lo malo, es así. Pero te ha faltado lo mejor: el desmontaje. Seis horas quitando hierros, clavándome astillas de maderas putrefactas, mojándome con la lluvia del abril, que jode una barbaridad, y golpeándome con todo lo que me encontrara por el camino, incluso una escalera. Por cierto, el toldo mojado pesa un huevo ¡¡¡VIVA LA FERIA!!!!

Anónimo dijo...

La de El Hombre del Ocaso es una de las imágenes más brillantes que he oído. Nunca pensé de esa forma tan literal (qué mente tan vasta y breve gastas a una vez, kamerovski: ¿una mente maravillosa?) en aquel hombre gris que venía puntualmente cada mes con su recibito y su carterita de piel negra. Apocalypse Now.

 
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