sábado, 19 de mayo de 2007

Calypsocromía

"Jerry y el tedio infinito"

Los buenos monologuistas cómicos necesitan pegada cómica. No es fácil desencajar una mandíbula sin tocarla. Van de piruetita en piruetita como un boxeador que intenta ganar tiempo, sacando sonrisas entre el público, dosificando, hasta que ¡zas! se acaba el dosificar, te ponen contra las cuerdas y te dan con el dorso absurdo y desternillante de las cosas. Como si te arrearran con el dorso de la mano en la nariz. No muy fuerte, de manera que no duela pero sí te sirva para espabilar y reír un poco. Mi padre me enseñó que este género de sopapos se llama "soplamocos". De crío recibió bastantes de sus 6 hermanos mayores, y también él alaba sus propiedades estimulantes del sistema nervioso. Inciso improcedente: Tener 6 hermanos mayores es terrible, no hay quien pille una onza de chocolate en la cocina y hasta los 16 años se hereda toda la ropa de ellos, que suele resultar demasiado grande. Lo cual acaba propiciando que en el colegio te apoden "El niño del abriguito largo". Hay motes más crueles, pero no más tristes.

En España, francamente, el único monologuista de pata negra (y de pasta negra, la de sus gafas) que me viene a la mente es Luis Piedrahita. Que esté vivo, digo, porque Gila era un protomonologuista de mucho atender ("de color bien, pero no flota"). Piedrahita es un nerd con voz de pito sumergido y peinado de Beatle molesto. Uno que va de listillo infiltrado en la tele para dinamitar el poder mediático desde dentro (o gelatinosa autojustificación de similar pelaje). Personaje irritante, de disparar primero y preguntar después, pero tan hábil con el soplamocos como Jackie Chang. Por ejemplo, te relata cómo una ostra suplica al comensal, aún viva y atragantada de limón, que no se la coman sin permitirle telefonear a su madre por última vez. Y visualizas el sufrimiento primario y silencioso de la ostra. O cómo el exitoso y joven ejecutivo se traga su orgullo 'single' cuando su sandwich sale, humeante, de la sandwichera que George Foreman anuncia en la tele de madrugada. Los singles fagocitados por su propia independencia y el futuro incierto de George Foreman nos llevan a otra cualidad más del buen monologuista: "reíd cuanto queráis, pero a ver qué hacéis luego con el sabor de boca que os va a quedar cuando acabe con vosotros".

Jerry Seinfeld estrenó la primera temporada de su serie homónima en 1989. En ella, como sabéis, se interpreta a sí mismo, un "sí mismo" un tanto ninguneado durante años por la popularidad de Friends (el tonto se llamaba Joey, ¿no?) y la desternillante calidad de Frasier. Pero creo, después de haberme tragado hace poquito la primera y segunda temporadas de Seinfeld enteras, que él es el mejor monologuista que me he echado a la cara en la vida. Soplamocos tras soplamocos. Como muestra un botoncito: Llevamos años a tortas con los resortes secretos para escapar del tedio que inunda inevitablemente la vida, y el maldito Jerry, en el capítulo dos de la primera temporada, dinamita todos nuestros afanes en unos 25 segundos de diálogo (lo acoto para que se entienda):


Jerry y Elaine están en la cocina de Jerry, él de pie con las manos en los bolsillos y ella repantigada en la barra americana, mordiendo m&ms con metódico cuidado para comerse sólo el chocolate de fuera y dejar todo el cacahuete de dentro.

Elaine (sin dejar de mordisquear): podríamos ir a cenar, ¿no?

Jerry: vale, ¿qué te apetecería?

Elaine (sin dejar de mordisquear): no sé, no tengo mucha hambre.

Jerry: Pues podemos ir a uno de esos sitios donde pides un cappuccino y te dejan sentarte a charlar durante horas.

Elaine (sin dejar de mordisquear): ¿Hablar?

Jerry: sí, hablar, charlar...

Elaine (sin dejar de mordisquear): bueno, iré pero sólo si no tengo que hablar.

P.D.: Secuestrar un mono del peñón no soluciona el problema del tedio. Atar el tedio a una cuerda de 20 metros tampoco.

P.D.2: Aprovecho para endosaros más propaganda benítezreyesca: ¿De qué tamaño ontológico somos pues, según Jerry, los seres humanos? Del tamaño de una hez de ácaro perdido en el cosmos.

El operario estepario

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