jueves, 24 de mayo de 2007

Calypsocromía

"Atrezzo"

Un falso viajante trajeado y pelitieso, un falso pintor de brocha gorda y un falso parapléjico en silla de ruedas robada merodean, cualquier mañana de martes, cerca de una sucursal de Cajasur. En Brenes, por ejemplo. ¿Qué tienen estos tres individuos en común con Iker "Believer" Jiménez? Que los cuatro son timadores. Profesionales. Los primeros trabajan en equipo, y buscan a un pensionista recién salido del cajero automático, para montarle algún número que incluya una fortuita mancha de pintura en el abrigo, y sisarle cien pavos ("permita que le ayude a limpiarlo, caballero", etc.) El otro es un depredador solitario, nuestro insomne protagonista, que busca públicos despistados con ganas de creer que hay algo más ahí fuera; algo más allá de las quinielas de siete aciertos, la flora intestinal de los otros y el baile lumínico de los semáforos. Pero...¿Qué NO tienen en común los tres tunantes suprascriptos y "Believer" Jímenez? Muy sencillo: una silla de ruedas robada, un traje barato y un disfraz de pintor. Es decir, el atrezzo. Por lo demás, son todos malabaristas en el circo mutante de la paparrucha lucrativa. Aunque el número de Jiménez sea mucho más espectacular y se desarrolle en la pista central.

Hace unos años nuestro adorado Danny "Cuasibeliever" Depp me embaucó para ir a ver en un pequeño teatro la elaboración en directo del programa de radio que entonces dirigía Íker Jiménez. Habían cerrado y acondidionado el teatro para sus ovnis y sus ectoplasmas, a los que dirigiría sentado en una mesa sobre el escenario, sumo sacerdote de una misa profana y chiflada. Transmuten libremente esa mesa en un púlpito de oscuros mármoles manieristas, con virutamen arborescente y depravados bajorrelieves góticos. Protesté débilmente ante el plan pero accedí a asistir a la ceremonia, seguramente con la esperanza de una postceremonia de beodez intrascendente (y, como el programa del "Believer", también profana y chiflada). Nos sentamos en segunda o tercera fila, con perfectas vistas al altar mayor. Del ambiente en la sala recuerdo lo justo: Lelos feligreses abarrotando el patio de butacas. Pocos diplomados. Menos licenciados. Muchos calvos. Alguna camiseta de Iron Maiden.
El menú empezó con unos entrantes previsibles y ligeros; antes de que la verdadera ceremonia diese comienzo en directo tras las señales horarias: Íker agasajó a los asistentes con algún avistamiento ovni "vintage" y, corregidme si me equivoco, un repaso del caso de las caras de Bélmez. Diapositivas incluidas. Recordaba haber visto cosas así en la tele, de crío, y me sorprendió lo poco que habían cambiado con los años los temas, la retórica, el triste granulado de las fotos que probaban la veracidad de los hechos. El Sumo Iluminado Jiménez vestía de sport, creo, y tras un corto aclimatamiento a la sala, el programa empezó y nuestro anfitrión se lió a bombearnos mierda en boca con destreza de veterano pocero (la ceremonia coincidió con la hora de cenar). Mierda era, sí, pero con qué primor la sazonaba con ectoespecias exoplásmicas; con qué elegancia la presentaba en platitos octogonales; qué retrogusto (diría Edgar) tan sobrenaturalmente trasmundano tenía aquella mierda...

De chisme en chisme, no me parecía que aquello despegase en cuanto que una ceremonia como aquella había de ser un auténtico espectáculo. Cuando ya estaba medio noqueado, el Sumo Mercachifle hizo un aspaviento y con precisión de relojero insomne desató la segunda parte del programa, el plato fuerte de la noche (blanda fanfarria de trombones pestilentes): una conexión en directo con una expedición de expertos a un edificio contiguo al teatro, edificio en cuyas entrañas parecían morar chuspíritus y falsoplasmas que aterraban a los empleados del restaurante de la planta baja (empleados coautores de un análisis multidisciplinar de las obras completas de Proust) (bueno, quizá alguno todavía tramitando la obtención del graduado escolar). Oímos en angustioso directo como la expedición, a oscuras, siempre a oscuras, anduvo de estancia en estancia y de corredor en corredor (nada de "habitaciones" y "pasillos"), aderezada con música de mucho miedo (crescendos de viola ponzoñosa) y especial tensión dramática antes de los cortes publicitarios. Cuando nos dieron turno de palabra a los feligreses, levanté una mano audaz en la penumbra y una acólita sonriente me cedió un micrófono inalámbrico. No llegué a examinar las incrustaciones de materia oscura y alabastro neptuniano de su empuñadura, porque me lo llevé al hocico y me apresuré a preguntar, con sincera extrañeza y en directo para todo el cosmos, por qué la expedición de expertos amiguetes del Sumo Ilusionista andaba a oscuras cuando podemos asumir que en el edificio maldito habría luz eléctrica y una cómoda instalación de interruptores encastrados en las paredes (a una altura perfecta para que seres humanos de diferente estatura pudieran pulsarlos con la manita sin apenas dificultad, etc.). Inciso urgente: Todo esto no lo añadí a la pregunta, en parte porque carezco de la lela determinación de algunos japoneses y en parte porque supuse que, a mitad de mi discurso, algún acólito especializado hubiera pulsado el botón MUTE en algún cuadro de mandos ceremonial). El Sumo Trilero mostró su cara más magnánima y aceptó el golpe de buena gana, iniciando en ese momento una digresión sobre el poder evocador de la oscuridad como metáfora universal de lo desconocido, lo oculto a los ojos del alma y, en general, lo susceptible de generar tiernos picos de audiencia. Atribuyó pues a la oscuridad su única función real aquella noche: servir de atrezzo. Supongo que por esa misma razón también el teatro estuvo en penumbra durante toda la ceremonia. Así que devolví el micro, intercambiando sonrisas con la discípula, y allí me quedé comprobando en silencio cómo todos los calvos asistentes al evento daban por buena la explicación del Sumo Investigador.

Otra de las "star features" del show era la lectura en directo de los sms más interesantes enviados por el público, no el del teatro, sino lógicamente el público radiofónico allende las escombreras y los pedregales. Unos agregados del Sumo Bufón ocupaban un rinconcito del escenario donde recibían y filtraban, en una mundana computadora, los delirantes mensajitos de la audiencia. A ratos el Sumo Fulano interrumpía la ceremonia, les daba lectura y los comentaba con sus discípulos. Me animé y, observando que sólo el patio de butacas se había abierto al público para la ceremonia, el aspecto de los palcos y voladizos desiertos en la penumbra me sugirió escribir algo tal que así: "¿Véis esos palcos de honor en penumbra? No creáis que están vacíos." Huelga aclararlo, pero naturalmente quise decir: "En esos palcos está el decimonónico falsoplasma de un señoritingo sevillano no muerto, fumándose un puro espectral a costa de los jornaleros que sudaban quince horas diarias en su cortijo". Envié furtivamente el chascarrillo al número en cuestión y nos quedamos mirando fijamente durante un minuto a los monigotillos filtradores, hasta que, BINGO, por arte de magia y por obra de software, leyeron la sugerencia en pantalla y, confusamente revueltos como gusanos en el cubo del pescador, levantaron sus cabezas escudriñando los palcos con mucho cuchicheo y delatora risilla. El Sumo Gusarapo seguía a lo suyo. El mensaje no llegó a leerse en antena, y la ceremonia continuó sin más sabotajes hasta una decepcionante desembocadura en una muy, muy sutil incidencia paranormal en la expedición del edificio contiguo. No recuerdo qué ocurrió exactamente, creo que un inexplicable portazo o un presunto ruido de pasos. Aunque tampoco esperábamosque se topasen con incestos incorpóreos o timbas de tahúres traslúcidos. Y en eso quedaron la expedición y el programa, porque el Sumo Chamarilero bien sabe medir el grado de paranormalidad que la audiencia está dispuesta a tragarse; y bien sabe que de una vaca no se obtienen cien litros de leche en un día: para eso hay que ordeñarla una vez al día durante cien días.

El telón cae, las luces se apagan y los acólitos desmontan apresuradamente el altar mayor. No recuerdo más sobre lo que hicimos al salir del teatro, como tampoco suelo recordar mis sueños. Pero supongo que esa noche soñé con sillas de ruedas robadas, disfraces de pintor y oscuros mármoles manieristas.

P.D.: Ignoro el rendimiento lácteo real de una vaca adulta, que es sin duda mucho mayor que un litro diario, pero a veces la necesidad de hacerse entender justifica ciertos tramposos medios.
El Operario Estepário

13 comentarios:

Julia Delgado dijo...

Acabo de volcar la información. Me dispongo (como siempre) a leer el texto para buscar las fotos.
Solo me he leido la introducción con "Believer" Jiménez y ya se que esto va a ser un ésito.

Alfonso Alba dijo...

Grande Carlos.
P.D. de Agropensador deambulante: Una vaca da una media de entre 30 y 40 litros de leche al día, lo cual se acerca bastante a tu primera percepción. Las hay campeonas y con ubres descomunales que tienen récords de suministras hasta más de 60 litros, una barbaridad capaz de alimentar al día a una familia de 180 miembros.
Cuando yo era chicuelo y mi padre tenía vacas nunca conseguí llenar más de cuatro cubetas seguidas con la misma vaca (Lo digo como aproximación). Por cierto, que a esa vaca le tenía bastante cariño y mi padre la bautizó con el nombre de India, por eso de que allí son sagradas (¡Qué bonito!). Murió de vieja.
P.D.2: Con todo lo escrito anteriormente podréis comprobar cómo se me ha ido la olla tras leer el terrible relato estepario. Será el periodismo de lo subnormal, que me tiene loco.

Caesares8 dijo...

Grande.
Alfonso, tu también, grande.

Capitán Cook(ing) dijo...

La oscuridad...ahhhh! la oscuridad. Muy buena pregunta, Operario, y mejor aún la forma de narrarla. Fdo: su admirador antipódico.

Caesares8 dijo...

Por cierto, como mola la última foto de Iker con el corcho repleto de recortes de asesinos con cara de buenos.

Anónimo dijo...

Revelador, Alfonso. Me pregunto qué tacto tendrán las ubres de una vaca. Rafita, ojalá tuviese grabada por ahí la respuesta que dio Fríker a la pregunta; te juro que fue de barraca de feria. Un abrazo bocabajo, antípodo mío (no te alejes mucho de la orilla, recuerda).

Julia Delgado dijo...

Pero es que lo mejor de todo, lo que sólo los buenos catadores pueden llegar a degustar del sabor de esta anécdota, lo que se pierde todo aquel que no conozca al Estepario es lo siguiente:

Estepario se levanta.

Probablemente iba con sus pantalones vaqueros azules y sus chancletitas fresquitas (claro, eso Iker no lo podía saber).

Del final del respaldo de la silla que estaba delante de Estepario hacia el techo todo era Carlos.
Un mástil de seriedad con su microfonito (después de la sonreirle a la pánfila).

Iker siempre juega la partida de cartas con jugadores engañados, abotargados del amargo sinsentí del onanismo y la revista Ano 0, pero este nuevo jugador alcanzaba el nivel de malicia del doctor Moriarti y un poco de la chulería de Terence Hill en "Le llamaban Trinidad".

Era una partida distinta.

Casí pude ver el (por entonces un poco más poblado) flequillo de Iker ondear hacia atrás como si una rafaga de viente le diera de lleno en la cara con la pregunta de Carlos. A partir de ahí yo ya no miraba la cara de Iker. Miraba la cara de Carlos. Su rictus, su mirada inquisitiva pero a la par abstraida en sus pensamientos. Uno de esos interlocutores que puede espetarte una pregunta (aunque pase tres kilos de ti) y al mismo tiempo pensar en sus asuntos mientras sus ojos siguen clavados en ti.

Sabía perfectamente que el silencio que se escuchó mientras miraba el rostro de mi amigo probablemente se convirtió en el peor momento de la carrera de Friker...¨¿Quién me iba a decir que aquí se acabaría todo Carmen Porter?¨...pensó...¨La hipoteca, el coche, el Maginton nuevo¨... ¨Bueno. Sabías que esto no podría durar para siempre. Ya te lo dijo tu madre. Este tío a tirado de la manta y bajo ella no se ha visto marcianos, se ha visto el recibo de los piños nuevos y las tetas de silicona de la Porter¨.

Yo seguía mirando a Carlos. Sabía perfectamente dondo miraban sus ojos.

Y si compañeros, tuvimos allí la posibilidad de acabar con Iker, como Isildur pudo tirar el anillo en el Monte del Destino y no lo hizo...pero el corazón del hombre se corrompe.

Iker sacó su frase de primero de estafa y se dio prisa por poner fin a aquella situación. El rey había sido herido y sus subditos cerraban filas para defenderlo.

El certero arquero sólo quería irse ya para pegarse un copaso.

Ese arquero me tiene enamorado.

P.D: Una de las figuras que más me han puesto durante una buena parte de mi estancia en sevilla era ver llegar a Carlos con sus pantalones vaqueros y su camisetilla oscurita viniendo hacia mi a chancletazos.
Es mi rrrrrrrrrey.

Julia Delgado dijo...

Oye, ¿nada que decir del Gran Palmer?, jujuju

Anónimo dijo...

Inquietante Gran Palmer... Yo no dejaría a mi hijo solo en los columpios, habiendo por ahí sueltos tipos como éste. David Lynch tampoco, por mucho que a él le vaya la marcha rara.

La realidad no siempre está a la altura de los teletipos que caza Kamerovski de vez en cuando, así que si metéis "gran palmer" en youtube comprobaréis que este personaje en realidad se llama Faustino Palmero y debe ser poco más que un obrero raso de la magia, comido por la ciática y la lumbalgia.

Caesares8 dijo...

Palmer muy bien. Yo siempre he sido de René Lavand "el mago manco".
NO SE PUEDE HACER MAS LENTO
http://youtube.com/watch?v=KS1ogWcIO5Q

Julia Delgado dijo...

Joder el mago manco, jajaja.
Oye Chalir, me sorprede la labor periodística que has realizado. He propuesto un tema y has profundizado hasta encontrar el nombre del susodicho amante de los jovencitos, Faustino Palmero Garzón, con tipografía de Tim Bulto.

Julia Delgado dijo...

http://youtube.com/watch?v=2QW15VBBN3g

ojo a los gallos

Julia Delgado dijo...

Ved la firma del editor.

 
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